Entrevistamos a José María Valcuende, profesor de Antropología y Sexualidad en la I Edición del Título Experto en «Sexología aplicada a la intervención social y educativa» de la Universidad Pablo de Olavide.

José María Valcuende es profesor titular del Departamento de Antropología Social, Psicología Básica y Salud Pública de la UPO. Coordina el Laboratorio Iberoamericano para el Estudio Sociohistórico de las Sexualidades y director de la Revista RELIES, centrada en el ámbito de las sexualidades. Actualmente dirige un proyecto I+D+I sobre turismo gay en España. Forma parte de un equipo que trabaja sobre la represión de la sexualidad durante el franquismo en Andalucía.

Durante una parte de su trayectoria se ha dedicado al análisis de la sexualidad desde una perspectiva antropológica, ¿qué puede aportar la antropología a este Título de Experto en Sexología aplicada a la intervención social y educativa?

La sexualidad, durante mucho tiempo, fue una temática que preocupó especialmente a las ciencias biomédicas. Fueron estas las que impusieron “la verdad” sobre el sexo.

Para las Ciencias Sociales en general y la Antropología en particular, la sexualidad estuvo muy vinculada al género, aunque ha ido adquiriendo entidad propia. Los estudios antropológicos han contribuido a desmontar la visión de una sexualidad única, poniendo en evidencia su carácter histórico.

Por ejemplo, ni la homosexualidad ni la heterosexualidad son realidades ahistóricas y universales. Para aproximarnos a la sexualidad no es suficiente con comprender las prácticas, es también fundamental interpretar su significación y su potencial identitario. Cualquier intervención debe tener en cuenta el contexto. La Antropología es una excelente herramienta para aproximarnos a una diversidad que, a veces, resulta cuando menos sorprendente.

Mostrar el cabello puede ser entendido como “pornográfico» en determinadas sociedades. Que dos hombres vayan agarrados de la mano, según el contexto, puede tener o no una connotación sexual. Incluso prácticas que consideraríamos claramente sexuales, en otros contextos son leídas fundamentalmente como rituales, tal y como demostraron las investigaciones de Maurice Godelier entre los Baruya.

Pero, entonces, desde esta perspectiva, ¿la consideración de que los homosexuales y los heterosexuales han existido siempre no sería correcta?

Prácticas entre personas del mismo sexo o de distinto sexo se producen en todos los contextos.  En términos de Oscar Guasch, en cada sociedad hay una forma de gestión del deseo, a partir del que se significan y jerarquizan prácticas y cuerpos.

Algunos indígenas, prefiero no decir el grupo étnico, que entrevisté durante el trabajo de campo que realicé en Ecuador, señalaban que “aquí nunca ha habido homosexualidad”. Esta afirmación al principio me desconcertó, pero los informantes posiblemente tenían razón. ¿Eso significaba que no hubiera prácticas sexuales entre hombres? Seguramente no, ahora bien, tampoco implicaba que hubiera homosexuales.

Cada contexto social regula cómo y con quién se pueden tener relaciones sexuales. Eso no implica necesariamente un discurso identitario, ni valorar la sexualidad en los términos que nosotros lo hacemos. Aproximarnos a estos diferentes mundos de significado se convierte en una labor fundamental a la hora de comprender e intervenir en una realidad social.

A diferencia de las Ciencias Biomédicas, la Antropología cuestiona no tanto al individuo que realiza determinadas prácticas, sino la significación que adquiere en términos sociales dichas prácticas para los individuos.

En nuestro régimen de gestión del deseo, en nuestra forma de entender la sexualidad, ésta se asoció de forma casi automática a la reproducción. Aunque en el discurso se haya producido una disociación entre reproducción y sexualidad, seguimos pensando la sexualidad en términos fundamentalmente coitocéntricos.

En el imaginario que compartimos, la verdadera sexualidad se asocia con la penetración y eso no es casual…

¿En qué sentido dices que no es casual?

La sexualidad hegemónica juega un papel central como legitimación de toda una serie de estructuras sociales, que sustentan la familia y la pareja potencialmente reproductiva.

Las formas en las que entendemos la sexualidad no pueden disociarse de cómo organizamos el mundo, ni de las lecturas que hacemos de unos cuerpos que son situados en un “orden corporal”.

Comprendiendo las funciones de las diferentes instituciones que regulan la sociedad, podemos abordar las sexualidades consideradas correctas y aquellas que se desvían de la norma. También podemos comprender la desigual significación que adquieren las prácticas sexuales en los diferentes cuerpos sexuados y racializados, que habitualmente experimentan diversos tipos de violencia: también una violencia sexual. Y es que, con frecuencia, se olvida que la violencia la generan las propias normas sociales.

Para terminar, ¿qué esperas de tu participación en este Título de Experto?

Muy brevemente, espero varias cosas.

Por un lado, compartir con el alumnado y proporcionar herramientas que les permitan abordar la sexualidad desde una perspectiva interseccional e interdisciplinar.

La segunda cuestión sería un reto, tanto para los docentes como para los estudiantes: aprender de un diálogo de disciplinas que, trabajando con un mismo objeto de estudio, lo hacen desde distintos lugares.

Si lo conseguimos, comenzaremos un camino apasionante que nos permitará entender al ser humano como una realidad en la que los componentes naturales y culturales son simplemente indisociables.

Más información: Título de Experto en Sexología aplicada a la intervención social y educativa

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